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Colombia

«Están acostumbrados a la selva», familiares de los 4 niños perdidos en Guaviare

Sus familiares están convencidos que a los niños los tiene con vida las habilidades de Lesly:, la mayor de los hermanos.

Continúa la búsqueda de la aeronave desaparecida en Guaviare
Foto: Colprensa

Cuando Lesly Mucutuy era más niña jugaba a construir refugios con hojas en la selva. Hoy, a sus 13 años, es una de los cuatro indígenas que llevan 21 días desaparecidos en la selva del Guaviare, después de que la avioneta en la que se desplazaban colisionara contra la espesa maleza de esa zona del sur del país.

Los abrigos los levantaba con una estricta selección de hojas. Elegía las más grandes, porque sus guías de la comunidad indígena le enseñaron que, mientras más vasto fuera el pétalo, mejor podría protegerse de la intemperie de la selva donde creció, en una zona conocida como Santander, que queda entre Amazonas y Caquetá.

En video: «Operación Esperanza»: ¿En qué va la búsqueda de los 4 niños perdidos en Guaviare?

Por ser una arquitecta de la jungla es que su tía, Damaris Mucutuy, está convencida de que ese resguardo de hojas —que encontró el equipo de 150 uniformados de los comandos especiales de las Fuerzas Armadas— habría sido construido por Lesly: la niña que estaría cuidando y guiando a sus hermanos en el inhóspito bosque.

Desde el primero de mayo no se tienen noticias certeras de ellos. Ese día despegaron en una avioneta Cessna 206 desde Araracuara (Caquetá) con destino a San José del Guaviare huyendo de la persecución de la que fueron víctimas en su pueblo natal. Estaban siendo desplazados y su vida corría peligro.

El vuelo despegó a las 6:30 de la mañana y el último reporte que se tuvo de su itinerario fue un llamado de auxilio del piloto Germán Murcia, el capitán. La aeronave, de 987 kilogramos, tuvo una aparente falla en el motor y terminó arborizando en las copas de los árboles.

Solo hasta la madrugada del 16 de mayo se tuvo rastro de la avioneta que apareció en la vereda Palma Rosa del municipio de Solano, en Caquéta. Las Fuerzas Armadas acudieron al rescate y a metros del aeroplano encontraron los cuerpos sin vida del capitán Murcia y dos de los otros tripulantes, todos adultos.

Las otras víctimas mortales fueron Magdalena Mucutuy, la mamá de Lesly, y Hermán Mendoza, un líder indígena que acompañaba el trayecto con el que la familia huía de la persecución. El hallazgo dejó una noticia y a la vez despertó un misterio que sigue sin resolverse: el paradero de los cuatro niños.

Los hermanos Lesly (13 años), Soleiny (9), Tien Noriel (5) y Cristin(un bebé de tan solo 11 meses) estarían internados desde entonces en el monte de árboles que alcanzan los 30 y 40 metros de altura, en cuyas copas se pueden esconder pumas y jaguares, mientras en el suelo se arrastran anacondas y serpientes venenosas que gobiernan allá, en su reino de la selva.

Apenas este sábado, el general Pedro Sánchez, comandante del Conjunto de Operaciones Especiales del Ejército, declaró que no han encontrado ninguna huella desde la última que se reportó. Estamos fortaleciendo todo lo que sea posible”, dijo al reportar que otros 20 uniformados se sumaron a la búsqueda de los menores.

Colprensa

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Las condiciones de la selva de Guaviare 

¿Cómo sobrevivir 500 horas, tal vez más, sin comida en medio de la nada? La tía Damaris confía en que Lesly sabe cómo hacerlo. Es más: su corazón le dice que ella y sus hermanos están vivos buscando una salida al frondoso secuestro de los árboles.

“Ella está acostumbrada a ser la que cuida a los hermanitos cuando a la mamá le toca ir a trabajar. Uno es de allá, de la selva. Se comen muchas cosas que las personas de ciudad no conocen. Uno sabe cuáles son las frutas de comer. Entonces, la niña sabe, ella los está cuidando”, afirma convencida.

Lesly está habituada a buscar frutos en el bosque porque acompañaba a su mamá a cosechar la comida que sembraban entre el zarzal. El problema es que en la espesura del monte hay que tener una mirada selectiva, más exigente que la de la arquitecta que busca hojas que sirvan de techo, porque lo que parece alimento puede terminar siendo un veneno letal.

El truco es buscar frutos con cáscaras rasquiñosas, que sean dulces por dentro. Cuando se muerden pueden picar un poco, pero el dulzor de la fructosa le da energía al cuerpo, la dosis de potencia que no pueden encontrar en un plato de comida.

También se pueden cazar jabalíes o gusanos, aunque capturar una presa viva requiere de habilidades más desarrolladas y herramientas que los niños no tendrían al alcance. Un tronco afilado puede servir para capturar un mamífero selvático.

Esas habilidades de sobrevivencia las aprendieron en la comunidad indígena, sobre todo la joven de 13 años que es la mayor de los hermanos, y podrían ser la explicación al por qué después de tres semanas de estar en el Guaviare el bloque de búsqueda esté encontrando señales de que ellos podrían estar con vida.

“Espero que muy pronto encontremos a los niños y que muy pronto estén en casa”. El que envía esa voz de esperanza es Manuel Ranoque, el papá de los pequeños y quien era la pareja de Margarita, y su voz se escucha en un audio entrecortado que enviaron las Fuerzas Armadas como acto de fe en la búsqueda implacable de los 4 niños.

El padre se adentró en la selva con los uniformados y un grupo de apoyo de las comunidades que conocen el terreno en la denominada Operación Esperanza que con perros en tierra, helicópteros en el aire, perifoneo y radares intenta capturar entre las ramas una señal.

Operación Esperanza en la selva del Guaviare 

La prueba más reciente llegó en la tarde del jueves en forma de huella en la tierra junto a un riachuelo de agua dulce a donde los perros rastrearon el olor de quienes podrían ser los niños.

Días antes encontraron un tetero con un líquido adentro, unas tijeras moradas y una moña para el cabello, signos que podrían mostrar que los niños se estarían moviendo. Los rescatistas tienen que desplazarse más rápido que ellos y escudriñan la selva metro a metro.

“Es importante el tiempo, pero también el espacio. Cubrir y revisar cada punto, no podemos dejar nada al azar”, llama la atención el general Pedro Sanchez, comandante del Comando Conjunto de Operaciones Especiales de las Fuerzas Militares.

Para evitar que se alejen más del epicentro de la búsqueda, la vereda donde cayó la avioneta, los uniformados reproducen un audio de la abuela Fátima que en español y en la lengua nativa les pide a los nietos que se queden quietos.

“Hija, le agradezco que esté quieta, parada, si escucha el micrófono. Hija, esté parada ahí. Si se siente agotada, solo mi Dios lo sabe. Chao, hija”, reza la súplica que se reproduce repetidamente desde el helicóptero militar que sobrevuela la zona día y noche.

A la familia le llega reporte diario del proceso desde el Puesto de Mando Unificado que instaló para la búsqueda; lo integran las tropas, el ICBF y la Aerocivil. Otro que llama cada que logra la conexión es Manuel, quien al teléfono le contó a Damaris que tiene la teoría de que un espíritu de la selva no quiere que sean encontrados aún. Pero que estarían con vida.

A la abuela su corazón igual le dice que los cuatro habrían sobrevivido. “Mi nieta es muy guerrera. Ella tiene que aparecer. Tiene que estar con vida con esos tres niños pequeños, eso es lo que yo pienso. Ojalá me digan: ‘Doña Fátima, encontramos a sus nietos vivos’. Voy a tener paciencia”.

El escuadrón de búsqueda sigue las pistas de la selva. Las voces de niños que se escuchan entre los árboles –según dijo el director de la Aerocivil, Sergio París– el rastro que sigue Ulises el perro pastor, las señales de los radares de las tropas y el instinto de padre –y de hombre indígena– de Manuel para dar con los cuatro pequeños indígenas. Mientras no aparezcan malas noticias, hay esperanza.

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