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Colombia

Los vigías del Nevado del Ruiz, el volcán más temido de Colombia

De la reacción de un puñado de personas depende la vida de cientos de habitantes del área de influencia del Nevado del Ruiz.

Vigías volcán Nevado del Ruiz

Pendiente de unas antenas de televisión, Fernando Arias es una de las personas que vive más cerca del cráter en plena efervescencia. Como él unos pocos trabajadores solitarios y arriesgados vigilan el volcán Nevado del Ruiz, en alerta por una posible erupción devastadora.

Con 61 años y cabello emblanquecido, el electricista garantiza desde hace 15 años el funcionamiento del sistema de medios públicos RTVC en un cerro a 6,3 km de la boca del volcán y a temperaturas bajo cero.

Por periodos de 15 días vive en un apartamento rodeado de gigantescas antenas, alejado de su esposa e hija y con la única compañía de pantallas de televisión y una radio.

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Confiesa que ya se habituó a las condiciones de su oficio en la colina, donde solo viven soldados en medio de una rasca que entumece el cuerpo.

«Sí lo afecta a uno la soledad y el clima. Con el correr de los años ya uno se va acostumbrando», dice a los pies del Nevado del Ruiz ubicado en límites de Tolima y Caldas.

La autoridad geológica declaró el Nevado del Ruiz en alerta naranja ante una «probable» erupción en «días o semanas», debido al incremento de la temperatura del cráter (hasta 700°C) y de los sismos (casi dos por segundo el 30 de marzo).

Desde entonces Arias tiene una nueva labor: todas las mañanas toma una fotografía del Ruiz para los medios estatales.

«El volcán es la única preocupación en el momento», sostiene, pero el olor a azufre y la fumarola del cráter no lo espantan: «la televisión y la radio no pueden faltar un minuto«.

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El Nevado del Ruiz, un león dormido

Si el Nevado del Ruiz erupciona, el soldado Héctor Trejos tendrá máximo siete minutos para alertar por radio a miles de personas y luego huir a un búnker dotado con cascos, máscaras antigases y gafas de protección.

Vestido de camuflado en un camión que el Ejército adecuó como emisora radial informa día y noche sobre los movimientos del denominado «León Dormido», que en su último gran estallido hace más de tres décadas causó unas 25.000 muertes.

Ante una erupción el soldado y locutor aficionado de 35 años deberá avisar a más de 57.000 campesinos vecinos del Ruiz que se han negado a evacuar y abandonar sus tierras, animales y cultivos.

«Voy a estar las 24 horas (…) A menos que haya una tormenta eléctrica, un apagón de luz, la emisora siempre va a estar prendida«, dice en su pequeño cuarto de trabajo.

Trejos sabe que la suerte de un puñado de municipios que lo escuchan montaña abajo depende de su velocidad de respuesta. Cerca de los 5.400 metros de altura del Nevado del Ruiz las radiocomunicaciones y la tecnología serán claves para ganarle minutos a la lava, rocas volcánicas y avalanchas de lodo.

«A cualquier momento que llegue a pasar (…) tengo que venir a pasar la noticia a viva voz y al aire», agrega.

Más ojos vigilan el Nevado del Ruiz

En otro punto de la cordillera el sargento Miguel Rodríguez acomodó unos binoculares especializados que antes utilizaba para calcular la posición de guerrilleros y otros enemigos en medio del conflicto armado.

Otros soldados jóvenes y de manos inflamadas por el frío monitorean el movimiento del viento en computadores para anticipar el camino de posibles cenizas.

Las ruinas de Armero recuerdan el horror de la avalancha que siguió a la erupción del Nevado del Ruíz en 1985. El esqueleto de un hospital, despojos de casas devorados por la naturaleza y la tumba de Omaira Sánchez, una niña de 13 años que agonizó tres días ante las cámaras del mundo en medio del lodo.

Esa noche de noviembre Leonel Ortiz, que ha vivido 55 de sus 77 años junto al volcán, escuchó un estruendo, sintió cómo «se movía la tierra» y vio rocas encendidas cayendo por todas partes.

De rostro arrugado y bufanda al cuello, hoy comunica por radioteléfono a sus vecinos las novedades sobre el volcán para no repetir el peor desastre natural en la historia de Colombia.

«En ese tiempo no había tanta comunicación, como dice el dicho nos cogió en ‘paños menores'», apunta risueño.

Mientras cocina en una estufa de leña, Rubiela Muñoz y su familia escuchan los reportes de Ortiz y las instrucciones del soldado Trejos, que recomienda mantener a los animales bajo techo por la emisión de cenizas.

El Ejército prevé que eventuales avalanchas alcancen los 10 km alrededor del cráter, la ceniza caliente se expanda hasta 15 km y el aire contaminado afecte a pobladores en 100 km cuadrados.

Pese al riesgo Muñoz se rehúsa a dejar la finca de vacas lecheras que cuida para un terrateniente.

Ortiz, lejos sus 13 hijos, resume el sentimiento de los campesinos: «le tenemos mucho respeto (al volcán) (…) pero es como si fuera un amigo«.

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